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DIAGNÓSTICO

Familia

Sobreprotección infantil y salud mental en el adulto

El exceso de protección de los padres sobre los hijos durante la infancia se relaciona con problemas psicológicos en la vida adulta.

Padres que no permiten que sus hijos vayan de excursión, que hacen los deberes por ellos, que no les dejan dormir en casa de un amigo... La sobreprotección infantil ayuda a calmar la angustia de los padres, pero puede ser una piedra en el camino para el desarrollo de sus hijos. En este artículo se explica qué consecuencias perjudiciales están asociadas a la sobreprotección infantil y se aportan consejos para evitarla.

La relación de los progenitores con sus hijos es determinante para el desarrollo psicológico de estos. No obstante, hoy en día, es frecuente que muchos padres se sientan culpables por no poder pasar más tiempo con ellos, por cuestiones laborales, y se vuelquen de forma excesiva y sobreprotectora.

Los padres sobreprotectores son aquellos que están de forma continua pendientes de evitar que sus hijos se expongan a situaciones conflictivas, angustiantes o dolorosas. Son quienes les hacen los deberes si ven que son incapaces, que toman decisiones que por edad ya deberían tomar sus niños, que dan todo lo que les piden para evitar que se frustren, los que no quieren que vayan de excursión o que se queden a dormir en casa de algún amigo, que no dan tareas del hogar, que no quieren separarse nunca de ellos, que disculpan cualquier error o travesura que cometan sus hijos...

Los peligros de la sobreprotección infantil

Numerosas investigaciones señalan que la sobreprotección puede ser un lastre para el desarrollo del niño y que, incluso, puede afectar de forma negativa y profunda al futuro adulto. Aunque no todos los pequeños reaccionarán igual ante un estilo relacional sobreprotector por parte de sus padres, muchos tendrán baja tolerancia a la frustración y una incapacidad para reconocer sus errores, serán inseguros con problemas para relacionarse con los demás, tendrán un desarrollo psicológico inferior a su edad o serán niños que siempre están aburridos o descontentos.

Sobreprotección con consecuencias para el futuro adulto

Pero las consecuencias negativas del exceso de protección de los hijos no acaban en la infancia o la adolescencia. Una persona que pasa por estas etapas de la vida tan importantes para el desarrollo personal sin apenas frustrarse, porque ha vivido sobreprotegida, puede sufrir muchísimo cuando se adentre en la "jungla" de la vida adulta.

Una de las herramientas que emplean los psicólogos para analizar el estilo relacional de los progenitores con sus hijos es el PBI (Instrumento de Vínculos Parentales, en sus siglas en inglés). Esta herramienta mide la sobreprotección (control, infantilización y negación de la autonomía) y el cuidado. En función de estos dos factores, hay cuatro grandes vínculos parentales: óptimo (alto cuidado, baja sobreprotección), ausente o débil (bajo cuidado, baja sobreprotección), constreñido (alto cuidado, alta sobreprotección) y control sin afecto (bajo cuidado, alta sobreprotección).

Gordon Parker, psiquiatra de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia), realizó una interesante investigación en la que relacionaba estos estilos educativos con los trastornos más habituales de los adultos. Observó que quienes sufrían problemas depresivos, neurosis de ansiedad o esquizofrenia y más recaían señalaban que sus padres habían sido muy sobreprotectores pero poco cuidadosos (vínculo de control sin afecto). En otro estudio, Stanley Rachman, psicólogo de la Universidad British Columbia (Canadá), señaló que los pacientes con trastorno obsesivo compulsivo tenían a sus padres como sobreprotectores.

Consejos para evitar la sobreprotección

Ver sufrir a un hijo no es agradable. No obstante, el sufrimiento o la frustración son aspectos fundamentales en el desarrollo de los niños. Es necesario que los progenitores sobreprotectores aprendan a sufrir menos en situaciones en las que su impulso es proteger al hijo cuando "no toca" (por ejemplo, si tienen el impulso de que no vaya de campamentos por miedo a que "le suceda algo"). Asimismo, es aconsejable analizar el porqué de la sobreprotección de los adultos: falta de autoestima, una infancia problemática, problemas de pareja, sentimiento de culpa como padres...

Los adultos pueden y deben proteger a sus hijos, pero no sobreprotegerles. Proteger significa dejar que estos se equivoquen o sufran pero que sientan que sus padres están para ayudarles. Los especialistas ponen como ejemplo que no hay que hacerles los deberes; son los escolares quienes deben hacerlos y, si no lo logran, pedir ayuda a sus padres. Y no hay que anticiparse a la frustración. Hay que esperar que el niño se equivoque o su frustre, de vez en cuando (sin poner en peligro su integridad física o psicológica), para que vaya madurando.

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Cómo potenciar la inteligencia de tu bebé

Cómo potenciar la inteligencia de tu bebé

Las primeras experiencias del bebé (oir a su mamá cantando, percibir el olor a biberón...) van despertando en él las conexiones nerviosas en su cerebro.

 Cuando nuestro hijo nace, su organismo cuenta con casi todas las células nerviosas que va a necesitar en su vida, pero el mapa de conexiones entre ellas en ese momento aún está pendiente de dibujarse. Por eso, una experiencia rica y una estimulación adecuada serán factores decisivos para favorecer el desarrollo de su inteligencia.

Aprende a estimular la inteligencia de tu retoño

Hasta los 6 años se produce un gran desarrollo en el cerebro humano. Por este motivo, en los últimos tiempos se han llevado a cabo numerosas investigaciones para encontrar la mejor forma de potenciar las capacidades intelectuales del niño en esa etapa de su vida.

Debes tener en cuenta, que nunca debes forzar al niño, ni tampoco tratar de adelantar ninguna función cognitiva. Uno de los riesgos que corremos al intentar ser unos educadores modélicos con nuestros hijos es sobreestimular a los pequeños, pudiendo provocar entonces su irritabilidad y hasta insomnio.

Formas de estimular su inteligencia

Lo más importante es que el niño disfrute y los adultos debemos estar atentos para observar sus primeros síntomas de cansancio, distracción o aburrimiento. A continuación te enseñamos las formas más adecuadas para estimular la inteligencia de tu bebé:

De 0 a 3 meses:

Estimúlale visualmente con juguetes de colores Acaríciale con frecuencia Déjale escuchar música sin sobresaltarle Realiza en él ejercicios de movilidad mientras le cambias los pañales Familiarízale con movimientos dentro del agua mientras le bañas

De 3 a 6 meses:

Estimúlale con objetos móviles, ya que distingue colores y sigue objetos con la mirada Háblale con mucha frecuencia Haz con él sencillos entrenamientos como esconder y hacer aparecer objetos Iníciale en el mundo de la natación

De 6 a 12 meses:

Juega con él a reconocer sonidos, olores y sensaciones al tacto Como comenzará a gatear, pon a su alcance nuevas sensaciones Convierte las comidas, que comienzan a ser variadas, en una aventura de descubrimiento para él

De 12 a 18 meses:

Potencia su motricidad con juegos y sencillos ejercicios físicos, pues comenzará a caminar. Incentívale para que participe en tu conversación, anímale con preguntas, repeticiones, estribillos...que amplíen su vocabulario, pues en esta etapa dirá sus primeras palabras

De 18 a 36 meses:

Usa cartulinas con palabras o números para que se familiarice con sus formas a través del juego A los 2 años podrá entender las bases de juegos como dominós o tener el primer contacto con el ajedrez

De 3 a 6 años:

Sigue fomentando su reconocimiento de objetos con el tacto Introdúcele en la práctica de algún instrumento musical Iníciale en la enseñanza de idiomas

 

La dislalia infantil y su tratamiento

Muchos niños de edades comprendidas entre 3 y 5 años, padecen del trastorno conocido como la dislalia, la cual se trata de una incapacidad para pronunciar correctamente ciertos fonemas o grupos de fonemas.

Así pues, este padecimiento, tiene lugar en la fase de desarrollo del lenguaje infantil, en la que el niño no es capaz de repetir por imitación las palabras que escucha y lo hace de forma incorrecta desde el punto de vista fonético. No precisa un tratamiento directo, pues forma parte de un proceso normal, aunque es necesario mantener con el niño un comportamiento lingüístico adecuado que ayude a la maduración para evitar posteriores problemas. En ocasiones, estos pequeños les resulta más difícil lograr una pronunciación correcta debido a la diversidad de idiomas que pueden encontrar en una familia o en el lugar donde vive.

La dislalia no es muy difícil de ser diagnosticada, pues cuando un niño con más de 4 años pronuncia mal las palabras, no logrando una articulación correcta de las sílabas, el entorno familiar, así como el educativo de este, lo notará. Al principio, muchos intentarán ayudarlo, corrigiendo su forma de hablar, pero sin un tratamiento orientado y especializado, es muy difícil solucionar el problema de una forma casera.

Por su parte, la dislalia suele ser detectada en los primeros años de vida, y aunque no representen gravedad, es conveniente corregirla lo antes posible, para evitar problemas de conducta y de comportamiento futuros. Un diagnóstico temprano de esta dificultad, es sumamente importante porque muy a menudo otros niños se ríen del defecto de articulación e imitan de forma ridícula y de burla, la forma de hablar del pequeño afectado, lo que puede agravar el problema, causándole trastornos en su personalidad, tales como: inseguridad, baja autoestima, problemas de comunicación con su entorno, y otras dificultades que pueden alterar su aprendizaje escolar.

Es conveniente saber que los infantes con dislalia requieren de un tratamiento con un especialista que con la ayuda de juegos y mucha colaboración de la familia, lo harán superar este inconveniente más rápidamente, y de igual manera, lo motivará a articular los sonidos correctamente, comenzando con una evaluación del nivel articulatorio del pequeño, y un programa basado en los siguientes pasos:

1- Estimulación de la capacidad del niño para producir sonidos, reproduciendo movimientos y posturas, experimentando con las vocales y las consonantes. Se le enseñará a comparar y diferenciar los sonidos.

2- Estimulación de la coordinación de los movimientos necesarios para la pronunciación de sonidos: ejercicios labiales y linguales; se enseña al niño las posiciones correctas de los sonidos más difíciles.

3- Realización de ejercicios donde el pequeño debe producir el sonido dentro de sílabas hasta que se automatice el patrón muscular necesario para la articulación del sonido.

4- Al llegar a este punto, el niño estará preparado para comenzar con las palabras completas, a través de juegos.

5- Una vez que éste es capaz de pronunciar los sonidos difíciles, se tratará que lo realice fuera de las sesiones, es decir, en su lenguaje espontáneo y no sólo en las sesiones terapéuticas.

Asimismo, el tratamiento consiste en ejercitar la musculatura que está interviniendo en la producción de los sonidos; la terapia se centra en juegos que facilitan la adquisición de las habilidades necesarias, requiere implicación y participación tanto del niño como de su familia, para que el proceso pueda ser seguido y complementado por ellos en casa.

Ahora bien, si la causa del trastorno viene dado por malformaciones físicas, se requerirá un procedimiento médico para ayudar al niño a que supere las dificultades en el desarrollo de las capacidades del habla. Cuando la causa del trastorno es por retrasos fonológicos, será necesaria una intervención educativa especializada para conseguir la adquisición de las habilidades para producir los sonidos del habla de forma completa.

Violencia Conyugal: Un hecho real

Violencia Conyugal: Un hecho real


Unos ruidos extraños y fuertes golpes a la pared despiertan de nuevo el re­cién conciliado sueño de Va­lentina, de 12 años, y Diego, de 16. Es una noche cual­quiera. A pesar del ruido del aire acondicionado, las ofensas que Éber, su padre, le grita a Valeria, la madre, traspasan las cuatro paredes de la habitación que com­parten desde pequeños. Cuidando cada paso, los hermanos caminan hasta la puerta e intentan llegar has­ta el cuarto matrimonial. Una fina voz interrumpe el forcejeo entre la pareja.

"Papi, por favor, ya deja quieta a mami. Hazlo por nosotros", son las palabras que titubea Diego, al tiempo que trata de impedir que su hermanita se asome a la ha­bitación y vea la escena. Ya es costumbre que pasen la noche en vela, con el oído pegado a la pared y en esta­do de alerta a cualquier agresión de su padre.

 

Desde que los episodios violentos y agresivos se hi­cieron frecuentes en su ho­gar les cuesta concentrarse. De ser unos jovencitos ale­gres y extrovertidos pasaron a ser tímidos, sumisos e in­diferentes. El brillo que ilu­minó el salón de clases y cada rincón de su casa se opa­có la madrugada del 1 de abril de 2007. Eran las 3.00 de la mañana cuando Éber, economista de 48 años, lle­gó ebrio a la casa. Entre ofensas y forcejeos, sacó un arma y amenazó con matar­los a los tres.

Valeria y Éber estuvieron juntos por 20 años. Se cono­cieron cuando ella estaba en bachillerato. Era amigo de sus hermanos. Comenzaron a salir hasta que se hicieron novios y se casaron. La fa­milia lo quería mucho. Ape­nas nació el primero de sus hijos, el hombre comenzó a mostrar signos de violencia. La ofendía, la golpeaba y hasta los amenazó de muer­te. Hasta ese momento la abogada de 38 años aguantó el maltrato de su cónyuge.

 Repentinos cambios de conducta

Dos días después de la amenaza fueron soñolien­tos y sin ánimos al colegio. Su rendimiento escolar bajó bruscamente. Ya no partici­paban en las actividades ex­tra cátedras ni tampoco mostraban concentración en las clases. Vivían en zozo­bra, nerviosos. Sus maestras notaron el cambio en los hermanitos. Conversaron sobre el asunto y decidieron dejarlos tranquilos ese día y abordarlos el siguiente.

 Sin embargo, esperaron una semana y durante esos días los jovencitos se mani­festaron más aislados. Ya ni siquiera salían al recreo. Siempre estaban juntos. Un jueves la maestra de la niña de 12 años entró a buscar unos papeles en el aula. Es­cuchó un ruido y comenzó a buscar. En un rincón y cubierta de pupitres estaba Valentina bañada en lágrimas. "Ese momento fue determinante para tomar mi decisión. Tomando en cuenta la amenaza de muerte y los cambios en las actitudes de mis hijos, le pe­dí a Éber que se fuera de mi lado", recuerda Valeria.

 

Allí comenzaron las prime­ras conversaciones con psicólogos. La situación se torno aún más crítica cuando los pequeños le ro­gaban a su madre que los acompañara al colegio por­que no se sentían seguros. La mujer aceptó. Llegaba a la 1.00 de la tarde y se iba a las 6.00. "Ellos pensaban que su papá iba a ir a la casa en cualquier momento a maltratarme de nuevo. Temían por mi vida".

 Así transcurrieron seis me­ses. Valeria confiesa que la situación se tornaba más gris conforme pasaban los días. Le mortificaba el esta­do emocional de sus peque­ños. "Los dos siempre fue­ron dinámicos, con un ren­dimiento escolar excelente. Tenían muchos amiguitos, pero llegó un momento en el que sólo hablaban entre ellos. Creo que la penosa situación los unió más".

 Toma de decisión

 Fueron los hijos de Valeria quienes la animaron a denunciar a su esposo. La mujer acudió a la Fiscalía. De allí la remitieron a las oficinas de la Red Venezola­na de Violencia contra la Mujer (Revimu). Margarita Uzcátegui, coordinadora, y un equipo multidisciplinario de psicólogos, abogados y terapeutas familiares le tendieron la mano. "Cuando Valentina y Diego se reinte­graron a las terapias con su madre estaban en una condición contradictoria. No querían perder a su pa­dre pero tampoco querían seguir viviendo entre tanta violencia". Los días pasaban y Valeria, Diego y Valentina seguían en tratamiento en la Revimu.

 Pero pronto sucedió lo que tanto temían. "Yo los quiero mucho, pero su ma­dre me quiere separar de us­tedes". Con esta frase Éber comenzó a perturbar a sus dos hijos. Según explica Uzcátegui, las acciones del hombre estaban orientadas a culpabilizar a la mujer y de esta manera obligarla a recibir de nuevo al victima­rio en la casa.

 Mientras tanto, los jovenci­tos seguían asistiendo a las terapias en Revimu. Con rei­teradas conversaciones les hicieron entender que la de­cisión de la separación fue la más correcta. Precisa Va­leria: "En un principio, des­pués de la separación, él los visitaba. Pero en vez de estar pendiente de las cosas de los niños, sólo les pregunta­ba qué hacía yo. Eso altera­ba a los muchachos".

 Con una orden de restric­ción emitida por la Fiscalía y un proceso legal abierto por los tribunales, hoy la fa­milia duerme más tranquila. Tienen un oficial las 24 ho­ras del día que los protege. Valeria está en la tercera fase del tratamiento. Los exper­tos trabajan en el fortaleci­miento de su autoestima. Un equipo de varios psicó­logos se ocupa de la forma­ción de los niños Valentina y Diego. Para evitar la comunicación con Éber, su padre, se mudaron a otra ciudad. Un juez decidirá ba­jo qué circunstancias verá a los jovencitos.

 "Los episodios conyugales agresivos pueden producir trastornos de personalidad y cambios de conductas en los hijos. Los especialistas recomiendan reintegrarlos a las terapias y consultas con las victimas"

Tratamiento oportuno

Margarita Uzcátegui, coordinadora de la Red Venezolana de Violencia contra la Mujer (Revimu), señaló que si no se tratan a tiempo los trastornos en los hijos a causa de la vio­lencia doméstica, es pro­bable que éstos repitan los mismos patrones de conducta en una vida fu­tura. "A los niños les afec­ta el rendimiento escolar y sus estados de ánimo. Algunos se convierten en niños temerosos y otros muestran rebeldía. En las jóvenes la cosa funciona diferente. Las muchachas buscan apoyarse en la fi­gura del noviazgo y los varones tienden a tener varias relaciones, para de alguna manera situarse como los que llevan los pantalones".

Si la situación se mantie­ne altos niveles, los ni­ños y adolescentes pueden caer en depresiones leves, moderadas o severas. El tratamiento que ofrece Re­vimu parte de la educación individual y familiar. Se tra­baja en conversaciones que le hagan entender a los padres que los hijos de­ben ser partícipes de las se­paraciones. "Es necesario practicar evaluaciones psi­cológicas para luego elabo­rar un plan de acción. Si los conflictos persisten, la evolución se estanca.

Fuente: Isabel Cristina Morán