Violencia Conyugal: Un hecho real
Unos ruidos extraños y fuertes golpes a la pared despiertan de nuevo el recién conciliado sueño de Valentina, de 12 años, y Diego, de 16. Es una noche cualquiera. A pesar del ruido del aire acondicionado, las ofensas que Éber, su padre, le grita a Valeria, la madre, traspasan las cuatro paredes de la habitación que comparten desde pequeños. Cuidando cada paso, los hermanos caminan hasta la puerta e intentan llegar hasta el cuarto matrimonial. Una fina voz interrumpe el forcejeo entre la pareja.
"Papi, por favor, ya deja quieta a mami. Hazlo por nosotros", son las palabras que titubea Diego, al tiempo que trata de impedir que su hermanita se asome a la habitación y vea la escena. Ya es costumbre que pasen la noche en vela, con el oído pegado a la pared y en estado de alerta a cualquier agresión de su padre.
Desde que los episodios violentos y agresivos se hicieron frecuentes en su hogar les cuesta concentrarse. De ser unos jovencitos alegres y extrovertidos pasaron a ser tímidos, sumisos e indiferentes. El brillo que iluminó el salón de clases y cada rincón de su casa se opacó la madrugada del 1 de abril de 2007. Eran las 3.00 de la mañana cuando Éber, economista de 48 años, llegó ebrio a la casa. Entre ofensas y forcejeos, sacó un arma y amenazó con matarlos a los tres.
Valeria y Éber estuvieron juntos por 20 años. Se conocieron cuando ella estaba en bachillerato. Era amigo de sus hermanos. Comenzaron a salir hasta que se hicieron novios y se casaron. La familia lo quería mucho. Apenas nació el primero de sus hijos, el hombre comenzó a mostrar signos de violencia. La ofendía, la golpeaba y hasta los amenazó de muerte. Hasta ese momento la abogada de 38 años aguantó el maltrato de su cónyuge.
Repentinos cambios de conducta
Dos días después de la amenaza fueron soñolientos y sin ánimos al colegio. Su rendimiento escolar bajó bruscamente. Ya no participaban en las actividades extra cátedras ni tampoco mostraban concentración en las clases. Vivían en zozobra, nerviosos. Sus maestras notaron el cambio en los hermanitos. Conversaron sobre el asunto y decidieron dejarlos tranquilos ese día y abordarlos el siguiente.
Sin embargo, esperaron una semana y durante esos días los jovencitos se manifestaron más aislados. Ya ni siquiera salían al recreo. Siempre estaban juntos. Un jueves la maestra de la niña de 12 años entró a buscar unos papeles en el aula. Escuchó un ruido y comenzó a buscar. En un rincón y cubierta de pupitres estaba Valentina bañada en lágrimas. "Ese momento fue determinante para tomar mi decisión. Tomando en cuenta la amenaza de muerte y los cambios en las actitudes de mis hijos, le pedí a Éber que se fuera de mi lado", recuerda Valeria.
Allí comenzaron las primeras conversaciones con psicólogos. La situación se torno aún más crítica cuando los pequeños le rogaban a su madre que los acompañara al colegio porque no se sentían seguros. La mujer aceptó. Llegaba a la 1.00 de la tarde y se iba a las 6.00. "Ellos pensaban que su papá iba a ir a la casa en cualquier momento a maltratarme de nuevo. Temían por mi vida".
Así transcurrieron seis meses. Valeria confiesa que la situación se tornaba más gris conforme pasaban los días. Le mortificaba el estado emocional de sus pequeños. "Los dos siempre fueron dinámicos, con un rendimiento escolar excelente. Tenían muchos amiguitos, pero llegó un momento en el que sólo hablaban entre ellos. Creo que la penosa situación los unió más".
Toma de decisión
Fueron los hijos de Valeria quienes la animaron a denunciar a su esposo. La mujer acudió a la Fiscalía. De allí la remitieron a las oficinas de la Red Venezolana de Violencia contra la Mujer (Revimu). Margarita Uzcátegui, coordinadora, y un equipo multidisciplinario de psicólogos, abogados y terapeutas familiares le tendieron la mano. "Cuando Valentina y Diego se reintegraron a las terapias con su madre estaban en una condición contradictoria. No querían perder a su padre pero tampoco querían seguir viviendo entre tanta violencia". Los días pasaban y Valeria, Diego y Valentina seguían en tratamiento en la Revimu.
Pero pronto sucedió lo que tanto temían. "Yo los quiero mucho, pero su madre me quiere separar de ustedes". Con esta frase Éber comenzó a perturbar a sus dos hijos. Según explica Uzcátegui, las acciones del hombre estaban orientadas a culpabilizar a la mujer y de esta manera obligarla a recibir de nuevo al victimario en la casa.
Mientras tanto, los jovencitos seguían asistiendo a las terapias en Revimu. Con reiteradas conversaciones les hicieron entender que la decisión de la separación fue la más correcta. Precisa Valeria: "En un principio, después de la separación, él los visitaba. Pero en vez de estar pendiente de las cosas de los niños, sólo les preguntaba qué hacía yo. Eso alteraba a los muchachos".
Con una orden de restricción emitida por la Fiscalía y un proceso legal abierto por los tribunales, hoy la familia duerme más tranquila. Tienen un oficial las 24 horas del día que los protege. Valeria está en la tercera fase del tratamiento. Los expertos trabajan en el fortalecimiento de su autoestima. Un equipo de varios psicólogos se ocupa de la formación de los niños Valentina y Diego. Para evitar la comunicación con Éber, su padre, se mudaron a otra ciudad. Un juez decidirá bajo qué circunstancias verá a los jovencitos.
"Los episodios conyugales agresivos pueden producir trastornos de personalidad y cambios de conductas en los hijos. Los especialistas recomiendan reintegrarlos a las terapias y consultas con las victimas"
Tratamiento oportuno
Margarita Uzcátegui, coordinadora de la Red Venezolana de Violencia contra la Mujer (Revimu), señaló que si no se tratan a tiempo los trastornos en los hijos a causa de la violencia doméstica, es probable que éstos repitan los mismos patrones de conducta en una vida futura. "A los niños les afecta el rendimiento escolar y sus estados de ánimo. Algunos se convierten en niños temerosos y otros muestran rebeldía. En las jóvenes la cosa funciona diferente. Las muchachas buscan apoyarse en la figura del noviazgo y los varones tienden a tener varias relaciones, para de alguna manera situarse como los que llevan los pantalones".
Si la situación se mantiene altos niveles, los niños y adolescentes pueden caer en depresiones leves, moderadas o severas. El tratamiento que ofrece Revimu parte de la educación individual y familiar. Se trabaja en conversaciones que le hagan entender a los padres que los hijos deben ser partícipes de las separaciones. "Es necesario practicar evaluaciones psicológicas para luego elaborar un plan de acción. Si los conflictos persisten, la evolución se estanca.
Fuente: Isabel Cristina Morán
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